30.4.09

EL HOMBRE (VARÓN Y MUJER)

¿Qué es el hombre?
Los deberes que constituyen el contenido de la bioética se apoyan en qué cosa sea el hombre. La antropología es el fundamento de la bioética. Una antropología verdadera es requisito para fundar una bioética correcta.

¿Qué es el hombre?






La antropología racional y la revelada.


Los deberes que constituyen el contenido de la bioética se apoyan en qué cosa sea el hombre. La antropología es el fundamento de la bioética. Una antropología verdadera es requisito para fundar una bioética correcta. Uno de los peligros de la bioética es tratar de fundamentarla sobre otras bases, como puede ser el puro consenso social. A este peligro se refería Juan Pablo II en su discurso a políticos y pensadores europeos, reunidos con ocasión del 50º Aniversario de la Convención Europea de los Derechos del Hombre: "Es un buen momento para reconocer claramente los problemas que deben ser tratados… Uno fundamental entre ellos es la tendencia a separar los derechos humanos de su fundamentación antropológica –esto es, de la visión de la persona humana que es nativa a la cultura europea" . La alternativa es apoyarlos en el puro consenso, sin más base. Ello equivale a hacerlos depender de su aceptación social o política, lo que contradice el mismo concepto de derechos humanos, y los pone en peligro de sufrir recortes, modificaciones e incluso supresiones en algunos casos. Así lo expresaba el Papa en la ocasión citada: "En el corazón de nuestra común herencia europea –religiosa, cultural y jurídica—está la noción de la inviolable dignidad de la persona humana, que implica derechos inalienables conferidos no por gobiernos o instituciones sino por el mismo Creador, a cuya imagen han sido hechos los seres humanos" . Una consecuencia práctica lamentada por el Papa es el hecho de que mientras el Consejo de Europa ha logrado felizmente eliminar casi totalmente la pena de muerte en nuestro continente, sin embargo la vida humana en el seno materno no está debidamente protegida por las leyes. "Esta radical contradicción –concluye el Papa—sólo es posible cuando la libertad se aparta de la verdad inherente a la realidad de las cosas, y la democracia se divorcia de los valores trascendentes".

Cuál es la naturaleza del hombre, la verdad inherente a su realidad, se convierte en el interrogante fundamental de la bioética. A él podemos enfrentarnos con las solas fuerzas de la razón o ayudados por la luz de la revelación. No se trata de contraponer fe y razón sino de advertir su mutua necesidad. La razón necesita de la revelación; la fe requiere la ayuda de la razón. La revelación se comporta como la gran aliada de la razón, sobre todo al abordar las cuestiones más trascendentes del sentido de la vida humana. "¿Dónde podría el hombre buscar la respuesta a las cuestiones dramáticas como el dolor, el sufrimiento de los inocentes y la muerte, sino en la luz que brota del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo?".

Pero también hay otros muchos interrogantes acerca del hombre que, sin ser estrictamente inasequibles a la razón natural, se iluminan con la claridad de la revelación que proporciona a la razón pistas que orientan el pensamiento. "En este horizonte se sitúan cuestiones como el concepto de un Dios personal, libre y creador, que tanta importancia ha tenido para el desarrollo del pensamiento filosófico y, en particular, para la filosofía del ser. A este ámbito pertenece también la realidad del pecado, tal y como aparece a la luz de la fe, la cual ayuda a plantear filosóficamente de modo adecuado el problema del mal. Incluso la concepción de la persona como ser espiritual es una originalidad peculiar de la fe. El anuncio cristiano de la dignidad, de la igualdad y de la libertad de los hombres ha influido ciertamente en la reflexión filosófica que los modernos han llevado a cabo" . La antropología revelada se manifiesta como una gran ayuda en el quehacer de los filósofos, creyentes o no, que buscan sinceramente la verdad acerca del hombre. "Una filosofía en la que resplandezca algo de la verdad de Cristo, única respuesta definitiva a los problemas del hombre, será una ayuda eficaz para la ética verdadera y a la vez planetaria que necesita hoy la humanidad".


Una vez establecidas las relaciones entre antropología natural y revelada, y, en consecuencia, entre ética natural y moral revelada, es ya el momento de entrar en lo que la revelación nos enseña acerca de lo que es el hombre. Lo vamos a hacer con la ayuda del Catecismo de la Iglesia Católica . Trataremos de resumirlo en cinco puntos:

1-El hombre ha sido creado a imagen y semejanza del Creador. "En Cristo, redentor y salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el primer pecado ha sido restaurada en su belleza original y ennoblecida con la gracia de Dios" (n. 1701). Es precisamente Cristo quien "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación" . En consecuencia, "la persona humana es la ‘única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma’ (GS, 24). Desde su concepción está destinada a la bienaventuranza eterna" (n. 1703). En estos densos textos se nos transmiten verdades tan importantes como que el concebido es persona humana con un destino eterno desde su concepción y que está llamada por el amor infinito de Dios a una vida eterna de comunión con Él. Y esto también en la dimensión corporal del hombre: lo que haga o se haga en su cuerpo se hace en o con la persona misma, que es una ‘totalidad unificada’ , corporal y espiritual.

2-La persona está llamada a realizar su vocación, no en solitario, sino en comunión con otras personas, es decir, el hombre es por naturaleza un ser social. La imagen de Dios en el hombre "resplandece en la comunión de las personas a semejanza de la unión de las personas divinas entre sí" (n. 1702).

3-La persona humana está dotada de un alma espiritual y mediante su entendimiento y voluntad es capaz de conocer la verdad y de amar el bien. "Por la razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero" (n. 1704). Puede conocer la ley natural –incluida en ‘el orden de las cosas establecido por el Creador’—y amar el bien conocido. Esto no sólo en abstracto sino también cuando se refiere a su propio bien conocido por el juicio de conciencia: en esto reside la libertad. "Mediante su razón, el hombre conoce la voz de Dios que le impulsa ‘a hacer el bien y a evitar el mal’ (GS 16). Todo hombre debe seguir esta ley que resuena en la conciencia y que se realiza en el amor de Dios y del prójimo. El ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona humana" (n. 1706).

4-Toda esta maravilla que es el hombre estuvo a punto de perderse por el pecado. En efecto, "’El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia’ (GS 13). … Ha quedado inclinado al mal y sujeto al error" (n.1707). De este hecho se derivan importantes consecuencias para la vida social, para la educación y la vida política, como señala el mismo catecismo: "Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres" (n. 407), entre otros el peligro de olvidar que la vida del hombre es un combate (cfr. n. 409).





5-Por último, el hombre no ha sido abandonado en su desgracia, sino que por los méritos de Cristo, "la imagen divina alterada en el hombre por el primer pecado ha sido restaurada en su belleza original y ennoblecida con la gracia de Dios" (n. 1701). De este modo, el hombre "es hecho hijo de Dios. Esta adopción filial lo transforma dándole la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo" (n. 1709). Esta realidad no puede olvidarse nunca, sobre todo cuando nos enfrentamos con problemas éticos que pueden parecer imposibles de resolver rectamente. Las dificultades pueden ser grandes, pero nunca imposibles de resolver. En su Encíclica Veritatis splendor, Juan Pablo II se plantea esta cuestión: "Sería un error gravísimo concluir … que la norma enseñada por la Iglesia es en sí misma un ‘ideal’ que ha de ser luego adaptado, proporcionado, graduado a las –se dice—posibilidades concretas del hombre: según un ‘equilibrio de los varios bienes en cuestión’. Pero, ¿cuáles son las ‘posibilidades concretas del hombre’? ¿Y de qué hombre se habla? ¿Del hombre dominado por la concupiscencia, o del redimido por Cristo? Porque se trata de esto: de la realidad de la redención de Cristo. ¡Cristo nos ha redimido! Esto significa que Él nos ha dado la posibilidad de realizar toda la verdad de nuestro ser; ha liberado nuestra libertad del dominio de la concupiscencia" .

Las consecuencias de esta antropología en el dominio de la bioética son claras y han sido explicitadas en diversos documentos del Magisterio, que han abordado los grandes problemas éticos con los que se enfrenta la vida humana: aborto, procreación, investigación clínica y eutanasia. Los documentos principales que abordan esta temática, con posterioridad al Concilio Vaticano II, son los siguientes:

Congregación para la Doctrina de la Fe: Declaración sobre el aborto provocado, 18 de noviembre de 1974.
Congregación para la Doctrina de la Fe: Declaración sobre la Eutanasia, 5 de mayo de 1980.
Congregación para la Doctrina de la Fe: Instrucción Donum vitae, sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación, 22 de febrero de 1987.
Juan Pablo II, Encíclica Evangelium vitae, sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana, 25 de marzo de 1995.

Todos ellos se apoyan en criterios morales inmediatamente derivados de la antropología revelada. Así, por ejemplo, la Instrucción Donum vitae afirma explícitamente al comienzo del documento que los criterios sobre los que se va a apoyar "son el respeto, la defensa y la promoción del hombre, su ‘derecho primario y fundamental’ a la vida y su dignidad de persona, dotada de alma espiritual, de responsabilidad moral y llamada a la comunión beatífica con Dios" . Si se añade que la vida humana empieza en la concepción y que el cuerpo es parte de la persona, tenemos ya los elementos fundamentales que componen la antropología revelada.



Autor: Agustín Pazos